Hacia el año 490 a.c, el rey Darío I, se empeña en culminar la empresa expansionista, consistente en la invasión de Europa para conquistar al pueblo griego.
Heródoto narra el viaje de los persas por el territorio de lo que actualmente es Turquía, para atravesar el tramo cerca del estrecho del Bósforo hacia Europa.
Los persas se disponen a tomar posiciones en la costa de la bahía de Maratón para iniciar un ataque. Vienen desde el norte y han desembarcado en la isla de Eubea donde habrían de someter a los Eretrieos, vecinos de los habitantes del Ática y Beocia.
Los estrategos atenienses deciden en asamblea la participación o no en la batalla, punto de inflexión en la incipiente historia de occidente. Sólo un voto de diferencia hay entre los estrategos a favor y en contra de atacar a los persas. Calímaco, uno de los votantes indecisos, es convencido por otro de ellos, el gran Milcíades, para que vote a favor de lanzarse a la batalla pues de lo contrario las consecuencias podrían ser catastróficas para Atenas.
La infantería griega, los hoplitas, inician la marcha de cuarenta y dos kilómetros hacia la costa de Maratón, donde se encuentra acampado el ejercito persa. Los atenienses son menos numerosos, pero se sienten vencedores y avanzan con enérgico paso.
Llegados a su destino y a pocos cientos de metros se lanzan a la carga en una formación de doble frente y dos bloques laterales que abrazan al ejército persa que es avasallado.
Huyen los persas a sus barcos anclados en la costa al mando de su general Datis cuyo objetivo ahora es bordear el cabo Sunio hasta la ciudad de Falero que se encuentra cerca de Atenas con el fin de llegar a tiempo para apoderarse de la ciudad. De hecho, cuentan los persas con algunos filopersas atenienses, dispuestos a traicionar a su pueblo para entregar la ciudad.
Por su parte, los atenienses parten rápidamente por tierra desde Maratón con el fin de llegar a tiempo a Atenas.
Llega el ejército de Milcíades de noche, tras una larga caminata de cuarenta y dos kilómetros cubierta en ocho horas.
Llega el ejército de Milcíades de noche, tras una larga caminata de cuarenta y dos kilómetros cubierta en ocho horas.
Y al alba del día siguiente, aparecen los persas en las costas de Falero, justo en el mismo instante en que, tras tres días de marcha desde Esparta, el ejército espartano con su infantería pesada, es avistado desde las inmediaciones de Atenas, después de que días antes, el gran atleta Filípides fuera como mensajero de Atenas a pedir ayuda a Esparta.
El general persa, viendo al ejercito espartano y apercibido de que la ciudad está fuertemente protegida decide echar marcha atrás para volver a Asia con una gran derrota e innumerables bajas.